Casi un año llevamos a cuestas esta pandemia y constantemente estamos exponiéndonos a situaciones prolongadas que nos generan estrés, frustración, cansancio, bajo estado de ánimo, sobrecarga, impotencia, así como una carencia de vías de escape o paradas donde poder apearnos de este tren en el que, subidos ante la fuerza de la incertidumbre, por momentos nos parece que va a descarrilar. Un efecto que muchos reconocerán y estarán experimentando en primera persona es el cansancio mental. El agotamiento psicológico hace que disminuya nuestra atención y concentración, analizando todo con mucha menos claridad de lo que acostumbramos a hacer. La incertidumbre que todavía nos rodea nos sumerge en un ambiente turbio del que, en situaciones de agotamiento mental, no conseguimos atisbar ni un tenue rayo de luz con que poder iluminarnos con la fuerza de la esperanza y resiliencia o superación personal. La famosa fatiga pandémica ha dado paso a una especie de anestesia emocional. Una sensación de embotamiento anímico y mental producto del bombardeo diario de malas noticias y peores datos estadísticos informando acerca de las consecuencias de la Covid-19: contagios, hospitalizaciones, muertes, empleos perdidos, negocios cerrados, merma de relaciones interpersonales, impedimentos para realizar actividades cotidianas, confinamientos… Asistimos casi impasibles a un desfile de datos que parece que toleremos cada vez más, entrando a formar parte de nuestra cotidianidad. Parece que pasan de puntillas ante nuestros sentidos sin que la humanidad se inmute cuando al inicio de esta hecatombe los primeros datos de esta pandemia nos aterrorizaban, nos ponían los pelos de punta y era el único tema de conversación.
En términos médicos la tolerancia a una sustancia se produce cuando, como resultado de su administración continuada, la persona presenta una menor sensibilidad hacia la misma. Es decir: con la misma dosis de la sustancia se producen menos efectos. Si ahora parece que nos hemos acostumbrado a tantos datos fatídicos, toleramos diariamente un número cruel de defunciones, banalizamos tantos trabajos perdidos, ignoramos el esfuerzo de una sanidad exhausta por el mal hábito de algunos y obviamos las consecuencias negativas para quienes llevan realizando el ingente esfuerzo de sobrevivir a esta pandemia respetando todas las normas habidas y por haber, ¿qué será lo siguiente? Si la dosis habitual de datos desfavorables produce menos efectos en esta sociedad agotada anímicamente resulta inhumano pensar que la solución para salir de esta situación de anestesia pandémica pase por administrar dosis más altas de peores datos posibles que los que, día a día, desfilan ante nuestras fatigadas conciencias para conseguir los mismos efectos.
Anestesia emocional
Casi un año llevamos a cuestas esta pandemia y constantemente estamos exponiéndonos a situaciones prolongadas que nos generan estrés, frustración, cansancio, bajo estado de ánimo, sobrecarga, impotencia, así como una carencia de vías de escape o paradas donde poder apearnos de este tren en el que, subidos ante la fuerza de la incertidumbre, por momentos nos parece que va a descarrilar. Un efecto que muchos reconocerán y estarán experimentando en primera persona es el cansancio mental. El agotamiento psicológico hace que disminuya nuestra atención y concentración, analizando todo con mucha menos claridad de lo que acostumbramos a hacer. La incertidumbre que todavía nos rodea nos sumerge en un ambiente turbio del que, en situaciones de agotamiento mental, no conseguimos atisbar ni un tenue rayo de luz con que poder iluminarnos con la fuerza de la esperanza y resiliencia o superación personal. La famosa fatiga pandémica ha dado paso a una especie de anestesia emocional. Una sensación de embotamiento anímico y mental producto del bombardeo diario de malas noticias y peores datos estadísticos informando acerca de las consecuencias de la Covid-19: contagios, hospitalizaciones, muertes, empleos perdidos, negocios cerrados, merma de relaciones interpersonales, impedimentos para realizar actividades cotidianas, confinamientos… Asistimos casi impasibles a un desfile de datos que parece que toleremos cada vez más, entrando a formar parte de nuestra cotidianidad. Parece que pasan de puntillas ante nuestros sentidos sin que la humanidad se inmute cuando al inicio de esta hecatombe los primeros datos de esta pandemia nos aterrorizaban, nos ponían los pelos de punta y era el único tema de conversación.
En términos médicos la tolerancia a una sustancia se produce cuando, como resultado de su administración continuada, la persona presenta una menor sensibilidad hacia la misma. Es decir: con la misma dosis de la sustancia se producen menos efectos. Si ahora parece que nos hemos acostumbrado a tantos datos fatídicos, toleramos diariamente un número cruel de defunciones, banalizamos tantos trabajos perdidos, ignoramos el esfuerzo de una sanidad exhausta por el mal hábito de algunos y obviamos las consecuencias negativas para quienes llevan realizando el ingente esfuerzo de sobrevivir a esta pandemia respetando todas las normas habidas y por haber, ¿qué será lo siguiente? Si la dosis habitual de datos desfavorables produce menos efectos en esta sociedad agotada anímicamente resulta inhumano pensar que la solución para salir de esta situación de anestesia pandémica pase por administrar dosis más altas de peores datos posibles que los que, día a día, desfilan ante nuestras fatigadas conciencias para conseguir los mismos efectos.
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